El monopolio de la colación de los grados académicos

Uno de los rasgos que distinguieron a la universidad moderna fue el monopolio de la colación de los grados académicos. Éstos no sólo daban constancia de la posesión de un conocimiento, sino también de la pertenencia a la corporación universitaria, lo que otorgaba a sus miembros privilegios y una jurisdicción especial.

Leticia pérez Puente

Tomado de: «Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores», en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 15.

Sobre los grados académicos de la universidad novohispana

Dentro de la Universidad de México los grados académicos eran de dos tipos: los menores —de bachiller— y los mayores —de licenciado, maestro o doctor—,1 y todos se podían obtener en las facultades de Artes, Teología, Cánones, Leyes y Medicina. El término ‘bachiller’ hace referencia al grado menor otorgado por las universidades en cualquiera de sus facultades; en la de Artes, este grado se adquiría oyendo lecciones dentro de la Universidad;2 en las restantes facultades, para el grado de bachiller, era necesario hacer una serie de cursos. En cambio, los grados mayores de licenciado y doctor no requerían de cursos, sino de un tiempo de pasantía después de haber adquirido el de bachiller y la realización de algunos actos académicos.

LETICIA PÉREZ PUENTE

Tomado de: «Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores», en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 15.

Notas:

1 Es importante hacer dos aclaraciones: primero, en la Facultad de Artes el grado mayor era el de maestro, mientras que en Cánones, Leyes, Teología y Medicina era el de doctor; segundo, en estas últimas facultades, el grado de maestro que ostentaban los frailes era equivalente al de doctor. Para mayor claridad sólo nos referiremos como maestros a los que lo eran en la Facultad de Artes. [Nota de la autora]

2 Otra forma de adquirir grados en esta Facultad era «por suficiencia», lo que al parecer implicaba haber hecho estudios en otra institución. Un ejemplo de esto se daría con los miembros de las órdenes regulares y con los estudiantes de los colegios de la Compañía de Jesús, quienes tomaban cursos ya en sus conventos, ya en los colegios, y acudían a la Universidad para que ésta les otorgara el grado de bachiller. Sin embargo, actualmente han surgido algunas dudas sobre esta cuestión. Mauricio Casas, becario del CESU, prepara actualmente en su tesis de licenciatura un estudio sobre el tema. [Nota de la autora]

Concursos por las cátedras universitarias

Tradicionalmente, y en universidades como la de París, durante el periodo de pasantía (esto es, los tres o cuatro años posteriores a la adquisición del grado de bachiller) los estudiantes tenían la obligación de retribuir lo que se les había enseñado, dando a su vez lecciones y convirtiéndose así en catedráticos por el tiempo que duraba la obligación. Con ese uso, la universidad se proveía de catedráticos, sin necesidad de pagarles un salario para el cual carecía de recursos. Esta práctica cayó en desuso a medida que, en algunas instituciones, se lograba encontrar financiamiento regular para catedráticos «profesionales», por llamarles de algún modo, quienes al recibir una paga de la universidad u otra instancia, garantizaban mejor la continuidad de los cursos. En las corporaciones donde se llegó a contar con catedráticos «asalariados», como la de México o Salamanca, la propia comunidad desarrolló mecanismos para proveer a la persona que se ostentaría como lector. el procedimiento más frecuente fue el de que un grupo de aspirantes, graduados y no graduados, concursaran entre sí para adquirir una cátedra. Los mecanismos y requisitos para obtenerla variaron con el paso del tiempo y de una universidad a otra.

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Tomado de: «Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores», en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 16.

El fin de las universidades como corporaciones de estudiantes

Los catedráticos «asalariados», lo fuesen temporalmente o de forma vitalicia, aparecieron inicialmente en aquellas universidades constituidas por corporaciones de estudiantes, como la de Bolonia, Salamanca y Lérida (al momento de su fundación, la de México seguiría esta misma modalidad). Al estar constituidas las corporaciones por estudiantes, resultaba lógico que fuesen los propios escolares, conducidos por el claustro de consiliarios y mediante votación, quienes determinarán a quién proveer una cátedra. Sin duda por esto mismo era frecuente que entre los aspirantes o ocuparla se contasen estudiantes y bachilleres al lado de licenciados y doctores; no obstante, con el paso del tiempo, los estudiantes bachilleres fueron perdiendo prerrogativas en favor de los doctores y catedráticos. Este fenómeno varió según la universidad y el momento; pero, finalmente, los estudiantes propendieron a perder sus antiguos lugares como miembros protagónicos de la corporación.

LETICIA PÉREZ PUENTE

Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 16.

Tipos de cátedras en la universidad novohispana

Para el siglo XVII, la Universidad de México contaba con las facultades de Teología, Cánones, Leyes, Medicina y Artes, las cuales constituían corporaciones menores en el seno de la Universidad. En cada una de estas facultades había cátedras vitalicias o de propiedad, y cátedras de sustitución, es decir, aquellas que aun siendo de propiedad vacaban cuadrienalmente por jubilación del propietario. Estas cátedras eran leídas entonces por un sustituto y eran proveídas cada cuatro años hasta la muerte o renuncia del titular.

Al finalizar el siglo XVI la Universidad tenía 13 cátedras de propiedad y seis temporales, distribuidas según comprueba el cuadro 1 (que incluye, además, el salario de los catedráticos).

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Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, pp. 18-19.

Artes y bachilleres

El carácter de facultad menor que tuvo Artes, y las posibilidades que ofreció de llegar a ser catedrático a quien sólo hubiera cumplido con un mínimo de requisitos, influyeron, por supuesto, en el número de sus opositores; a esto se añade que, para poder cursar en las facultades de Teología y Medicina, fuera requisito haber cursado Artes. Así, tanto los antiguos y prestigiados doctores de Medicina y Teología —quienes obligadamente contaban con el grado de bachiller en artes—, como todos aquellos bachilleres que acababan de terminar sus cursos en la Facultad de Artes, podían presentarse en ella a opositar por una cátedra.

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Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 25.

El voto estudiantil en la provisión de cátedras

Además de las calidades, los votantes debían reunir una serie de requisitos, como ser estudiantes mayores de catorce años, y que estuvieran matriculados como oyentes en la facultad a la que pertenecía la cátedra. Ante esto, tenemos que podían ser votantes los bachilleres que tuvieran esa condición desde varios años antes. Las constituciones de Palafox, redactadas en 1645, sugieren que esto pudo haber sido una costumbre arraigada, o un abuso caracterizado, al especificar que los estudiantes votantes debían tener un curso jurado antes del tiempo de la vacante; esto es, tenían que ser cursantes activos. Además no podían tener derecho a voto los que tuvieran ocho años matriculados en teología; ocho y medio en cánones y leyes, y seis años en artes, aunque se graduaran de bachilleres en cualquier tiempo y facultad.

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Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, pp. 28-29.

El voto activo de los estudiantes

Esta disposición sobre el tiempo que un estudiante se podía mantener como votante activo posee un gran interés: primero pone de manifiesto explícitamente la intención de evitar la corrupción en las votaciones, y luego nos delimita de forma implícita quiénes eran considerados plenamente como estudiantes. Intentemos un conteo según lo expuesto por Palafox; supongamos que la primera matrícula se establece a los catorce años, sumémosle cuatro años de cursos y cuatro más de una pasantía, con lo que tenemos los ocho años de los que habla Palafox, y a un estudiante de veintidós años en promedio. Así, se pretendía evitar que anquilosados bachilleres (que hoy en día, al menos en México, llamaríamos «fósiles») fueran votantes y controlaran la provisión de las cátedras.

LETICIA PÉREZ PUENTE

Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 29.

La corporación de estudiantes vs. la universidad de doctores

El sistema de provisión de cátedras se mantuvo, entonces, como un arma política para la Universidad, pero no por ello quedó fuera del proceso de consolidación del poder doctoral. Los estudiantes no tenían la madurez que se requería para elegir a los catedráticos y la corrupción del sistema por medio de la compra de votos había llegado a grados alarmantes. En consecuencia, y siguiendo la tendencia de jerarquización del gobierno universitario, en 1976 fue anulado el voto estudiantil en las provisiones de cátedras y se instauró una junta que en adelante se haría cargo de designar a los lectores. La junta, que se reunía en las casas arzobispales, estaba presidida por el arzobispo de la catedral Metropolitana, y compuesta por el oidor y el inquisidor más antiguos, el rector de la Universidad, el maestrescuela, el deán del cabildo, el catedrático de prima y el decano de la facultad en la vacara la cátedra. La universidad de doctores conseguía así el último de los espacios donde se había mantenido la tradición medieval de una corporación de estudiantes: aquél por el cual se designaba a los nuevos lectores de estudio.

LETICIA PÉREZ PUENTE

Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 33.

El valor de las cátedras universitarias

Evidentemente, el valor de las cátedras no estaba cifrado en su paga. Como más adelante veremos, en realidad eran un importante medio de promoción para arribar a las altas jerarquías de la Real Audiencia, la Inquisición, los cabildos catedralicios, y aun los obispos.

En términos meramente académicos, el ser catedrático reportaba la admisión a la élite que los doctores formaban en el seno de la corporación: se adquiría el derecho de voz y voto en los claustros plenos y de diputados; además —en el caso de los catedráticos de Artes, Teología y Medicina— se formaba parte del grupo de examinadores de los grados de bachiller por suficiencia. Es decir, ser catedrático significaba la plena participación en el gobierno y la política universitaria, de ahí que los doctores que contaban con antecedentes en el estudio hicieran de las cátedras un coto privado del que los bachilleres casi nunca podían participar.

LETICIA PÉREZ PUENTE

Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 35.

La jerarquía de las Facultades

Desde el siglo XVI, se había establecido una jerarquía entre las distintas facultades, la cual dictaba que las de mayor importancia fueran Cánones y Teología. Durante la primera mitad del siglo XVII dicha relevancia obedeció tanto al número y papel que sus graduados desempeñaron en el gobierno de la corporación, como al importante medio de promoción que estas facultades podían ofrecer (dentro de la Universidad o fuera de ella) en las más importantes instancias del ámbito civil y eclesiástico, y cuya vía de acceso eran las facultades de Leyes y Artes (que por lo tanto les seguían en importancia). Caso aparte era la Facultad de Medicina, cuyo carácter la mantuvo aislada de las anteriores.

LETICIA PÉREZ PUENTE

Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, pp. 35-36.

Opositores, pero no catedráticos…

Si bien los estudiantes tuvieron un importante lugar como opositores, esto no influyó para que llegaran a ser electos catedráticos. El principal motivo de ello fue, como hemos visto, la introducción de criterios que, más allá de la legislación, se encargaron de mantener y depurar una rígida estructura jerárquica para la adquisición de cátedras, la cual tenía como requisito indispensable la posesión del grado mayor de doctor. Los estudiantes que entraron a los concursos de oposición tenían de antemano la batalla perdida, pues no sólo se enfrentaban académicamente contra individuos que en teoría poseían una mejor preparación y experiencia, sino que también pertenecían, en casi todos los casos, a la élite universitaria o eran altos dignatarios civiles o eclesiásticos.

LETICIA PÉREZ PUENTE

Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 39.

Sobre la importancia de las cátedras universitarias

Diremos ahora, a guisa de recapitulación, que la importancia de las cátedras hizo de ellas una instancia más de poder dentro de la Universidad. Los catedráticos formaron quizás la parte más activa en la dirección del estudio —eran parte del claustro pleno, constituyeron con exclusividad el de diputados, fueron representantes de la corporación a través de las comisiones que desempeñaron y algunos llegaron a ocupar la rectoría universitaria—. Esta vinculación con distintas esferas de poder propició que se crearan mecanismos, formales y no formales, que tendieron a limitar la participación estudiantil en el ámbito académico, el cual fue acaparado por individuos que, tras haber cursado en las aulas universitarias, se graduaron de bachilleres y luego adquirieron los grados mayores de licenciado y doctor, requisito indispensable para participar activamente en la dirección y control de la corporación.

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Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 40.

El fin de la corporación de estudiantes

Cuando las corporaciones universitarias estuvieron constituidas por estudiantes, resultaba lógico que fuesen ellos quienes determinaran en quién proveer una cátedra. Empero, en la Universidad de México del siglo XVII, era necesario que fueran ellos los responsables de seleccionar a su cuerpo docente, en virtud de lo cual pelearon al virrey tal prerrogativa, y, ante la falta de acuerdo, accedieron en 1676 a la implantación de una junta predominantemente clerical y por tanto no ajena a los intereses de la corporación.

Muy lejos ya del modelo medieval salmantino, la Universidad de México era una corporación de corte moderno donde el poder, organizado jerárquicamente, formaba una estructura ordenada a partir de los miembros más destacados de la institución.

LETICIA PÉREZ PUENTE

Tomado de: “Las cátedras de la Universidad de México: entre estudiantes y doctores”, en Leticia Pérez Puente (coord.), De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX, p. 41.

Permanencia y cambio II

Leticia Perez Puente-Permanencia y cambio II

Autores: Leticia Pérez Puente y Enrique González González (Coords.)

Título: Permanencia y cambio II. Universidades hispánicas 1551-2001

Ciudad de edición: México

Editorial: Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Derecho, Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU)

Año de publicación: 2006

Colección: La Real Universidad de México

ISBN: 970-32-2727-9

 

Colegios y universidades I

Enrique González-Colegios y universidades I

Autores: Enrique González González y Leticia Pérez Puente (Coords.)

Título: Colegios y universidades I. Del antiguo régimen al liberalismo

Ciudad de edición: México

Editorial: Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU)

Año de publicación: 2001

Colección: La Real Universidad de México / Estudios y Textos, X

ISBN Colección: 968-36-9300-8

ISBN: 968-36-9301-6

Colegios y universidades II

Enrique Gonzalez-Colegios y universidades II

Autores: Enrique González González y Leticia Pérez Puente (Coords.)

Título: Colegios y universidades II. Del antiguo régimen al liberalismo

Ciudad de edición: México

Editorial: Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU)

Año de publicación: 2001

Colección: La Real Universidad de México / Estudios y Textos, XI

ISBN Colección: 968-36-9300-8

ISBN: 968-36-9302-4

Permanencia y cambio I

Leticia Pérez Puente-Permanencia y cambio I

Autores: Enrique González González y Leticia Pérez Puente (Coords.)

Título: Permanencia y cambio I. Universidades hispánicas 1551-2001

Ciudad de edición: México

Editorial: Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Derecho, Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU)

Año de publicación: 2005

Colección: La Real Universidad de México

ISBN: 970-32-2729-5

De maestros y discípulos

Leticia Pérez Puente-De maestros y discípulos

Autores: Leticia Pérez Puente (Coord.)

Título: De maestros y discípulos. México. Siglos XVI-XIX

Ciudad de edición: México

Editorial: Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU)

Año de publicación: 2001

Colección: La Real Universidad de México / Estudios y Textos, VII

ISBN Colección: 968-36-9300-8

ISBN: 968-36-6772-4

Universidad de doctores

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Autora: Leticia Pérez Puente

Título: Universidad de doctores. México. Siglo XVII

Ciudad de edición: México

Editorial: Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU)

Año de publicación: 2000

Colección: La Real Universidad de México / Estudios y Textos

ISBN Colección: 968-36-9300-8

ISBN:960-36-8375-4