Estado y verdad

Al Estado nunca le ha preocupado demasiado la verdad, sino sólo la que le puede resultar útil. y más exactamente, toda clase de utilidad, ya sea la verdad, la semiverdad o el error. Una alianza entre el Estado y la filosofía únicamente tendrá sentido de estar la filosofía en condiciones de prometer al Estado que le será incondicionalmente útil o, lo que es igual, que pondrá la utilidad del Estado por encima de la verdad. Cierto que sería magnífico para el Estado tener también a la verdad a su servicio y sueldo. Lo que ocurre es que sabe demasiado bien que pertenece a la esencia de ésta el no ponerse nunca al servicio de nada, el no aceptar un sueldo.

—Fredrich Nietzsche—

Sobre la intempestividad de la filosofía

Por supuesto que sería cien veces mayor la felicidad si de esta investigación resultara que nunca ha habido nada tan glorioso y esperanzador como esta época. Y hay, sin duda, personas ingenuas que en algún rincón de la tierra, en Alemania, por ejemplo, están dispuestas a creerlo, que dice incluso que desde hace un par de años el mundo ha mejorado y que quien manifiesta reservas graves y de hondo calado frente a la existencia, ha sido refutado por los «hechos». Porque así son, a sus ojos, las cosas: la fundación del nuevo Imperio Alemán ha representado el golpe decisivo y destructor contra todo filosofar «pesimista». Y nada hay que oponer a ello. Pues bien, quien quiera responder la pregunta sobre lo que pueda significar el filósofo como educador en nuestro tiempo, tendrá que pronunciarse sobre ese punto de vista tan extendido y tan influyente, sobre todo en las universidades. Y tendrá que hacerlo en los siguientes términos: resulta vergonzoso y denigrante que una lisonja tan repugnante y servil pueda ser dicha y repetida por los hombres honorables y presuntamente dedicados al pensamiento. Una prueba de que ni siquiera se sospecha la alejada que está la seriedad de la filosofía de la seriedad de un periódico. Esos hombres han perdido el último resto no sólo de un talante filosófico, sino incluso religioso, y lo reemplazan no precisamente por el optimismo, sino por el periodismo, por el espíritu y la falta de espíritu del día y de las páginas de los diarios. Toda filosofía que cree poder neutralizar e incluso resolver el problema de la existencia por recurso a un acontecimiento político, es una filosofía hecha en broma, seudofilosofía.

—Friedrich Nietzsche—

Estado y filosofía

De ahí la tesis de que una de las exigencias de la cultura consiste precisamente en liberar la filosofía de todo reconocimiento por parte del Estado y de la academia, librando a la vez a éstos de la insoluble tarea de distinguir entre buenos y malos filósofos. Dejad, pues, a los filósofos que crezcan salvajemente y a su aire, privadles de toda perspectiva de un puesto y una posición en las profesiones burguesas, dejad de estimularlos con la promesa de un sueldo; más aún: perseguidles, tratadlos inclementemente, ¡y veréis cosas milagrosas! Los unos emprenderán la desbandada buscando aquí y allá, pobres impostores, un tejado bajo el que guarecerse; aquí se inaugurará una parroquia; allá una escuela; éste se meterá en la redacción de algún periódico; aquél escribirá libros de texto para pensionados de jóvenes distinguidas; el más sensato tomará el arado y el más vanidoso se buscará un puesto en la corte. De repente todo estará vacío, los pájaros habrán abandonado el nido, porque nada tan fácil como librarse de los malos filósofos, basta con dejar de favorecerlos. y vale más aconsejar esto que lo otro, esto es, el patrocinio público, estatal, de una filosofía, sea ésta la que fuere.

—Friedrich Nietzsche—

La reflexión sobre las cuestiones morales de nuestro tiempo

¿Qué se ha hecho de toda la reflexión sobre cuestiones morales, de esa reflexión a que en todos los tiempos procedieron las sociedades nobles y educadas? No existen ya personalidades célebres ni reflexión de este tipo; vivimos realmente del capital heredado de moralidad que nuestros ancestros acumularon, e, incapaces de aumentarlo, nos limitamos a dilapidarlo; sobre tales cosas o bien no se habla en nuestra sociedad, o bien se hace con una torpeza y una inexperiencia de cuño naturalista que no puede menos de provocar repugnancia. Hemos llegado así a una situación en la que nuestras escuelas y maestros o bien prescinden sin más de toda educación moral, o bien salen del paso con formulismos vacíos: la palabra virtud, que nada dice ya a maestro ni a discípulo, no pasa de ser ya otra cosa que un término trasnochado que apenas suscita la sonrisa. Y peor aún cuando lo que entra en juego no es la sonrisa irónica sino la hipocresía.

—Friedrich Nietzsche—

La educación como liberación

Que el alma joven eche una mirada retrospectiva a su vida y se pregunte: ¿qué has amado hasta ahora realmente, qué ha atraído a tu alma, qué la dominado y hecho, a la vez, feliz? Haz que desfile ante ti la serie de estos objetos venerados, y tal vez mediante su naturaleza y el orden de su sucesión te revelarán una ley, la ley fundamental de tu ser. Compara estos objetos, mira cómo uno completa al otro, cómo lo amplía y supera, cómo lo transfigura, cómo forman un escalera por la que has ascendido hasta ahora para acceder a ti mismo. porque tu verdadera esencia no yace oculta en lo hondo de ti, sino inmensamente por encima de lo que usualmente consideras tu yo. Tus verdaderos educadores y formadores te revelan lo que es genuino sentido originario y la materia básica de tu ser, algo en absoluto susceptible de ser educado ni formado, pero, en cualquier caso, difícilmente accesible, apretado, paralizado: tus educadores no pueden ser otra cosa que tus liberadores. Y éste es el secreto de toda formación: no proporciona prótesis, narices de cera, ni ojos de cristal. Lo que estos dones pueden dar es más bien la mera caricatura de la educación. Porque la educación no es sino liberación.

—Friedrich Nietzsche—

El filósofo como educador

Para describir el acontecimiento que representó para mí aquella primera mirada que eché a los escritos de Schopenhauer, tendré que detenerme un tanto en una idea que en mi juventud me asaltaba con una frecuencia y una urgencia incomparables. Cuando en otros tiempos me abandonaba como entre sueños a mis deseos, pensaba para mí que el terrible esfuerzo y la obligación de educarme a mí mismo podrían serme dispensados por el destino de encontrar a tiempo un filósofo al que poder convertir en mi educador, un verdadero filósofo, al que poder obedecer sin vacilaciones por confiar más en él que en mí mismo. Y me preguntaba: ¿cuáles deberían ser los principios de acuerdo con los que te educaría? Y me ponía a cavilar sobre lo que tendría que decir a propósito de las dos máximas pedagógicas vigentes en nuestro tiempo. de acuerdo con una de ellas, el educador debe reconocer inmediatamente las dotes más sobresalientes de su discípulo, centrándose acto seguido en ellas de modo que las fuerzas, jugos y rayos solares todos las engrandezcan, para llevar así esa virtud a una verdadera madurez y fecundidad. La otra máxima, por el contrario, requiere que el educador fomente, cultive y ponga en relación armoniosa entre sí todas las fuerzas presentes. Pero, ¿habría acaso que obligar a quien tiene una poderosa inclinación a la orfebrería a cultivar la música?

—Friedrich Nietzsche—

Sobre la creación de algunos grandes hombres

En ocasiones resulta más difícil aceptar una cosa que comprenderla. Y puede que sea ése el caso de la mayor parte de quienes reflexionen sobre lo siguiente: «La humanidad debe trabajar sin descanso en la creación de algunos grandes hombres. Ésa y no otra es su tarea.» ¡Cuán decididamente querría aplicarse a la sociedad y a sus fines una enseñanza que puede sacarse del estudio de todas las especies del mundo animal y vegetal, en el que lo único que cuentan son algunos ejemplares superiores, donde sólo lo más raro, poderoso, complejo y fructífero juega un papel! ¡Cuán resueltamente lo haríamos de no oponer la más tenaz resistencia los prejuicios adquiridos sobre el fin de la sociedad!

—Friedrich Nietzsche—

Sobre el porvenir de nuestras escuelas IX

»Y por último, introducid en esa masa, con vuestra desenfrenada fantasía, un genio, un verdadero genio: entonces notaréis al instante algo increíble. Parecerá como si por una fulminante transmigración de las almas dicho genio hubiera entrado en todos los cuerpos semianimales y como si ya todos ellos miraran a través de un único ojo demónico. Así, pues, escuchad y mirad: ¡nunca seréis capaces de escuchar bastante! Si entonces consideráis nuevamente la orquesta sublimemente tumultuosa o íntimamente lastimera, si en cada uno de sus músculos adivináis una tensión ágil y en cada uno de sus gestos una necesidad rítmica, sentiréis entonces también vosotros lo que es una armonía preestablecida entre quien guía y quienes son guiados, y comprenderéis que en el orden espiritual todo tiende a construir semejante organización. Por otra parte, a partir de mi comparación, intrepretad ahora lo que entiendo por institución de cultura auténtica y comprended las razones por las que en la universidad no reconozco ni siquiera de lejos semejante institución.

—Friedrich Nietzsche—

Sobre el provenir de nuestras escuelas VIII

No, queridos estudiantes de bachillerato, la Venus de Milo no os importa para nada; pero igualmente poco importa a vuestros profesores, y ésa es la desgracia, y ése es el secreto del bachillerato actual. ¿Quién podrá conduciros hasta la patria de la cultura, si vuestros guías están ciegos, aunque se hagan pasar todavía por videntes? Ninguno de vosotros conseguirá llegar a disponer de un auténtico sentido de la sagrada seriedad del arte, ya que se os enseña con mal método a balbucear con independencia, cuando, en realidad, habría que enseñaros a hablar; se os enseña a ensayar la crítica estética de modo independiente, cuando, en realidad, se debería infundir un respeto hacia la obra de arte; se os habitúa a filosofar de modo independiente, cuando, en realidad, habría que obligaros a escuchar a los grandes pensadores. El resultado de todo eso es que permaneceréis para siempre alejados de la antigüedad, y os convertiréis en los servidores de la moda.

—Friedrich Nietzsche—

Sobre el porvenir de nuestras escuelas VII

Con respecto a la pretensión que el instituto tiene de enseñar la «cultura clásica», me parece que se trata, más que nada, de una escapatoria torpe, que se utiliza cuando alguien niega al bachillerato la capacidad para educar en la cultura. ¡Cultura clásica! ¡Una expresión tan cargada de dignidad! Hace avergonzarse al atacante, hace aplazar el ataque: efectivamente, ¿quién podría descifrar nunca completamente esa fórmula embarazosa? Esa es la táctica del bachillerato, que ha llegado a ser habitual desde hace tiempo: según la dirección de donde proceda la invitación al combate, aquél escribe en su escudo —desde luego, no adornado con distintivos de honor— uno de esos lemas embarazosos: «cultura clásica», «cultura formal», o bien «cultura para la ciencia»; tres cosas gloriosas, pero que desgraciadamente son contradictorias entre sí, y que sólo podrán producir un hircocervo de la cultura, cuando se las junte por la fuerza. Efectivamente, una auténtica «cultura clásica» es algo tan increíblemente difícil y raro, y requiere dotes tan complejas, que el hecho de prometerla como resultado alcanzable en el bachillerato está reservado únicamente a la ingenuidad o la desvergüenza. La designación «cultura formal» forma parte de esa burda fraseología no filosófica, de la que hay que liberarse cuanto sea posible: en realidad, no existe en absoluto una «cultura material». Y quien establece como fin del bachillerato la «cultura para la ciencia» desecha con ello la «cultura clásica» y la llamada «cultura formal», o sea, que abandona en general cualquier clase de fin cultural del bachillerato. En efecto, el hombre científico y el hombre de cultura pertenecen a dos esferas diferentes, que de vez en cuando entran en contacto en un individuo aislado, pero no coincidirán nunca entre sí.

—Friedrich Nietzsche—

Sobre el porvenir de nuestras escuelas VI

«También yo», dijo el filósofo, «atribuyo al instituto de bachillerato, como tú, una importancia enorme: todas las demás instituciones deben valorarse con el criterio de los fines culturales a que se aspira mediante el instituto; cuando las tendencias de éste sufren desviaciones, todas las demás instituciones sufren las consecuencias de ello, y, mediante la depuración y la renovación del instituto, se depuran y renuevan igualmente las demás instituciones educativas. Ni siquiera la universidad puede pretender ahora tener semejante importancia de fulcro motor. La universidad, en su estructura actual, puede considerarse simplemente —al menos, en su aspecto esencial— como el remate de la tendencia existente en el instituto de bachillerato […] Por el momento, consideremos conjuntamente lo que me inspira una alternativa llena de promesas, en función de la cual, o bien el espíritu del bachillerato hasta ahora cultivado —tan variopinto y tan difícil de captar— se dispersa completamente en el aire en el aire, o bien habrá que depurarlo y renovarlo radicalmente.

—Friedrich Nietzsche—

Sobre el porvenir de nuestras escuelas V

En el momento actual, nuestras escuelas están dominadas por dos corrientes aparentemente contrarias, pero de acción igualmente destructiva, y cuyos resultados confluyen, en definitiva: por un lado, la tendencia de ampliar y a difundir lo más posible la cultura, y, por otro lado, la tendencia a restringir y a debilitar la misma cultura. Por diversas razones, la cultura debe extenderse al círculo más amplio posible: eso es lo que exige la primera tendencia. En cambio, la segunda exige a la propia cultura que abandone sus pretensiones más altas, más nobles y más sublimes, y se ponga al servicio de otra forma de vida cualquiera, por ejemplo, del Estado.

—Friedrich Nietzsche—

Sobre el porvenir de nuestras escuelas IV

»Efectivamente, en el periodismo confluyen las dos tendencias: en él se dan la mano la extensión de la cultura y la reducción de la cultura. El periódico se presenta incluso en lugar de la cultura, y quien abrigue todavía pretensiones culturales, aunque sea como estudioso, se apoya habitualmente en ese vicioso tejido conjuntivo, que establece las articulaciones entre todas las ciencias, y que es sólido y resistente como suele serlo precisamente el papel de periódico. En el periódico culmina la autentica corriente cultural de nuestra época, del mismo modo que el periodista —esclavo del momento presente—ha llegado a substituir al gran genio, el guía para todas las épocas, el que libera del presente.

—Friedrich Nietzsche—

Sobre el porvenir de nuestras escuelas III

En nuestro caso, la filosofía debe partir, no ya de la maravilla, sino del horror. A quien o esté en condiciones de provocar horror hay que rogarle que deje en paz las cuestiones pedagógicas. Indudablemente, hasta ahora, por lo general ha ocurrido lo contrario: quienes se horrorizaban como tú, querido amigo, escapaban atemorizados, y quienes permanecían impávidos, tranquilos, metían del modo más grosero sus rudas manos en la más delicada de todas las técnicas de la cultura. Pero eso ya no podrá durar mucho tiempo: tendrá que llegar por fin el hombre honrado que tenga esas ideas buenas y nuevas, y que para realizarlas se atreva a romper con la situación actual.

—Frederich Nietzsche—

Sobre el porvenir de nuestras escuelas II

La triste causa de que, a pesar de todo, no consiga manifestarse por ningún lado una honradez completa es la pobreza espiritual de los profesores de nuestra época: precisamente en ese campo faltan los talentos realmente inventivos, faltan los hombres verdaderamente prácticos, o sea, los que tienen ideas buenas y nuevas, y saben que la auténtica genialidad y la auténtica praxis deben encontrarse necesariamente en el mismo individuo. En cambio, los prácticos prosaicos carecen de ideas precisamente, y, por eso, carecen también de una praxis auténtica.

—Friedrich Nietzsche—

 

Sobre el porvenir de nuestras escuelas I

Ilustres oyentes, el tema sobre el que tenéis intención de reflexionar conmigo es tan serio e importante, y en cierto sentido tan inquietante, que también yo, como vosotros, prestaría atención a cualquiera que prometiese enseñar algo al respecto, aun cuando se tratara de una persona muy joven, y aun cuando debiera parecer totalmente inverosímil que ésta, espontáneamente y con sus propias fuerzas exclusivamente, pudiese ofrecer algo suficiente e idóneo para semejante problema. Sin embargo, es posible que haya oído algo verdadero con respecto al inquietante problema del futuro de nuestras escuelas, y quisiera ahora contároslo nuevamente a vosotros; es posible que haya tenido maestros importantes, a los cuales convendría ya en mayor medida profetizar el futuro, inspirándose, igual que los aurúspices romanos, en las vísceras del presente.
En efecto, soy consciente de cuál es el lugar en que ahora insto a una reflexión general sobre aquella conversación y a un examen amplio de ella: verdaderamente, se trata de una ciudad que intenta fomentar —en un sentido incomparablemente grandioso— la cultura y la educación de sus ciudadanos, en tal medida que puede incluso provocar rubor a Estados más grandes. Así, pues, en este lugar por supuesto que no me equivoco al suponer que donde se hace tanto por estas cosas se debe pensar otro tanto sobre ellas.
—Frederich Nietzsche—
Comentario:
La reflexión nietzscheana sobre la educación se caracteriza —como podemos leer en este pasaje— por una problematización histórica en la que el porvenir de nuestras escuelas sólo ha de poder vislumbrarse críticamente haciendo irrumpir en la escena filosófica una mirada intempestiva hacia las «vísceras del presente». Por otro lado, aquí nos presenta como escenario de dicha escena intempestiva de la filosofía a la ciudad, pues finalmente es una ciudad la que, preocupada por la cultura y la educación de sus ciudadanos, pone en movimiento o no la discusión pública sobre la formación cultural (Bildung) de sus habitantes, aunque en ello se juegue el tener que oponerse al proceso civilizatorio vigente y a los valores que le dan forma y lo sustentan. De este modo, pues,  resulta conveniente resaltar que la entrada en escena de la reflexión filosófica que Nietzsche proponía sobre la educación es un llamado civil a confrontarse con la decadencia escondida detrás de los más grandes valores de la sociedad moderna y la cultura europea para construir una posibilidad de futuro.
—Rafael Ángel Gómez Choreño—