En las últimas décadas, o me atrevo a situarlo a mediados del siglo pasado, aunque con mayor énfasis en las décadas que han dado inicio a este siglo, se ha logrado equiparar a dos conceptos disímiles: información y conocimiento. A través de este artilugio de hacer de lo diferente, sinónimo han conseguido que la información sustituya al conocimiento en ámbitos estratégicos y fundamentales. El primer, pero ineludible, ejemplo se halla en la educación escolarizada básica, donde se llama educación a la mera reproducción de información, cimentando desde edades tempranas la indistinción de estos conceptos.
Como filósofos nos corresponde ir descifrando los porqués y cómos, así como poner claridad en qué radica su diferencia y por qué es pertinente saberla. Y es que sospecho que éste no aparenta ser un tema sobre el que urja reflexionar. Como ya he escrito mucho y he dicho poco, haré uso de la analogía para vislumbrar un panorama y definir, aunque de forma indirecta. A esta analogía estaré recurriendo a lo largo del texto. Quiero, con cierta licencia ensayística que sólo el lector considerará si es pertinente al caso o no, afirmar que la información es al conocimiento lo que la comida chatarra es a la alimentación. Si bien alguien puede sobrevivir sólo de comer comida chatarra no tendrá los nutrientes necesarios para subsistir de la mejor forma a largo plazo.
Así con la información, una no padecerá los estragos del hambre y podrá incluso formular opiniones a partir de la información sin por ello jamás verse aludido por completo en el hacer conocimientos o generar un criterio propio o una argumentación sustentable. Quizás hasta parezca irrelevante, pues: cuántas personas han existido sin generar algún avance intelectual y no por ello su existencia o la de la humanidad han visto mermada su supervivencia. El punto está en que al hablar de conocimiento no me estoy refiriendo precisamente a los resultados que éste pueda o no aportar al conjunto de saberes meramente intelectuales. Conocimiento es también el saber del artesano de cualquier tipo que va enseñando a su aprendiz; al saber de la preparación de los alimentos de una cocina en casa tradicional y hasta experimental; los saberes que implican el cuidado de sí y de los otros; los saberes necesarios para la siembra, la cosecha y el cómo llegan los alimentos a nuestro plato; el saber empírico, o no, del construir, ésos son los conocimientos que también la forma de producción actual —no sólo industrializada, sino además ya mecanizada y computarizada— les ha ido colocado una brecha entre los que los poseen y los que no, y esa brecha no hará más que seguir abriéndose en los próximos años.
Pero a todo esto, ¿qué diferencia hay entre conocimiento e información? El conocimiento lleva necesariamente un proceso que involucra al interesado, a quien pretende conocer, además implica un saber modificable mediante la acción de la creatividad y el ingenio. La información no conlleva este proceso porque ya la recibimos procesada y por tanto excluye al receptor. El conocimiento si bien tiene agencia propia permite la libre recepción, concentración y desarrollo, es decir, se puede modificar cuando se adquiere y se aplica. Con la información no se puede hacer mucho más que ampliarla. El conocimiento se puede profundizar y es más, para realmente asentarse es propicio que una se apropie mediante los sentidos y las propias intenciones y cualidades que nos constituyen. Mientras la información, como la comida chatarra, sólo puede absorberse sin aportar; el conocimiento, en cambio, es de lenta digestión y procesamiento, porque en la medida que nutre se ve nutrido por la propia constitución del organismo que transforma las proteínas en aminoácidos, los carbohidratos en energía, etcétera.
Mientras el conocimiento involucra, la información marginaliza. Casi toda la educación escolarizada está enfocada en mantenernos informados y sentir así saciada nuestra hambre de conocer, sin realmente vernos afectados por la educación y cabe, como siempre, preguntarse el porqué este empeño por mantenernos al margen del conocer: es sencillo, conocer implica tiempo, un proceso que ni el Estado ni el ajetreo de la vida actual nos permite tomarnos. Además el conocimiento ha sido usado como un instrumento para mantener las brechas entre unos individuos y otros. Es decir, el conocimiento constituye como muchas otras cosas un privilegio de difícil acceso. Mi generación, por ejemplo, creció acercándose a la tecnología —mientras la tecnología se acercaba a nosotros— muchas veces a través de las computadoras y aunque parece insignificante, el que las generaciones siguientes sólo se relacionen con la tecnología por medio de smartphones y tablets creó una brecha significativa con respecto a los conocimientos de unos y otros en cuanto a autonomía tecnológica. La facilidad de los entornos ya bien ingeniados con todas las aplicaciones instaladas o por instalar en unos cuantos movimientos en lo que en desarrollo se llama “intuición del usuario”, con interfaces muy amigables y bien resueltas han permitido que el conocimiento adquirido en las horas de explorar una computadora, buscando cómo cambiar un tema, explorando entre menús no tan amigables por horas que permitían un entendimiento más completo y orgánico de los entornos tecnológicos quedara obsoleto frente a la fácil disposición de las interfaces actuales. Y es que en cuestión de comodidad, la información tiene una enorme ventaja frente al conocimiento. Pero, mientras en una computadora, una es libre de moverse a su antojo —y cada vez menos, dependiendo del sistema operativo de preferencia, aunque con Linux eso nunca es un problema—, modificar a antojo el código fuente de algunos programas, acomodar ciertos parámetros de comportamiento, eludir candados y personalizar los espacios gráficos hasta la saciedad, por decir algunas cosas básicas en una computadora; en un smartphone o tablet es complicadísimo que el usuario siquiera lo intente, y por qué tomarse la molestia de desentrañar el funcionamiento de un sistema operativo cuando el aparato te da todo resuelto o accesible mientras pagues ciertas cantidades. Estos sistemas son entornos fáciles a la hora de usarlos tal y como las empresas proveedoras esperan que los uses, pero hostiles a la hora de querer modificarlos más profundamente, impiden un conocimiento del curioso de los códigos con restricciones y candados e incluso usan a los virus —y eso incluye a los antivirus— como armas que disuaden al usuario de comportarse de modos no aprobados. Porque mientras las viejas computadoras requerían de un conocimiento básico para ser usadas e ir profundizando ese conocimiento para personalizarlas a un grado aceptable y definido por cada quien, las tecnologías actuales se empeñan en mantenernos cada vez más al margen del desarrollo de sus nuevos programas y códigos fuente.
El acceso a la información no le causa problema al sistema, porque esto nos da la sensación de saber, de estar en posesión de algo sin realmente poseerlo. Esto además a dado un giro al entendimiento del propio sistema respecto al consumir sin adquirir propiedad sobre objetos, pero manteniendo la sensación en el consumidor de haber adquirido algo. Esto es una posesión desposeída que nos mantiene llenos de todo y a la vez vacíos y desprovistos de contenido substancioso. Este sistema nos permite andar por la vida como si estuviéramos mejor alimentados que en ninguna otra época, pero siendo a la vez los humanos más desnutridos y famélicos de la historia. El conocimiento se ha ido constituyendo como un valor cada vez más caro e inaccesible y a las mayorías se les marginaliza cada vez más de su acceso, mientras se llena el estómago de información.
—Abril Xilonen Noriega Vivanco—